domingo, 30 de abril de 2017

Mi vida sin internet

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Uno no sabe lo "¿adicto?" que es a internet hasta que no lo tienes. Y digo adicto entre comillas y con signos de interrogación porque actualmente no concebimos nuestra vida sin decir en las redes sociales lo que hacemos, lo que vemos, lo que oímos.

Mi peor pesadilla


Para mí fue la peor pesadilla, incluso peor que las veces que he estado sin teléfono celular. Yo trabajo con internet. ¿Cómo subía las clases a la nube? ¿Cómo enviaba las presentaciones por correo? ¿Cómo respondía a los comentarios o preguntas en las redes sociales o correo? ¿Cómo promocionaba mis cursos? Obviamente, tuve que aplicar el Plan B del que tanto hablo en las clases.

Plan B


El Plan B se convirtió en C, D, E y hasta Z. Pasé de consumirme los megas en el celular, pedirle permiso a los vecinos para usar su wifi (sólo uno lo permitió), ir a donde doy las clases cuando no tenía cursos, ir a centros comerciales, locales, restaurantes, etc.
En fin, me convertí en una "Caza Wifi".

Fueron 27 días de pesadilla pura. Hasta 250 llamadas en un día a un servicio que me respondía siempre lo mismo. Visitas a la sede. Cuanto técnico veía en la calle le explicaba lo que me pasaba y me pedían el número de reporte para ver si podían ayudarme. Moví todos los cables que pude. Sea quien fuere, al final se resolvió, pero esta oscuridad tecnológica me abrió los ojos a otro mundo.

Más allá de internet


Toda esta experiencia me hizo sentir sumamente frustrada, obviamente, pero me ubicó en el espacio. Uno se siente libre, pero no puedes vivir sin estar conectado. Y no hablo solamente de las redes sociales, hablo de todo lo que hacemos día a día en internet.

Somos esclavos de internet.

En el caso particular de Venezuela, aquí usamos las redes sociales para informar e informarnos, ya que no tenemos otros medios de comunicación (los del gobierno sólo muestran una especie de Disney: "Aquí no pasa nada").

Mi pesadilla comenzó a la par de las manifestaciones en el país, por lo que estar al tanto de lo que sucedía, en dónde, a quién, era casi imposible.

Comencé a salir a la calle para preguntar a la gente de mi urbanización si sabían lo que estaba pasando en La California o Altamira, por ejemplo (en ese momento habían manifestaciones que estaban siendo atacadas con bombas lacrimógenas, habían muertos en otras partes del país, gente se lanzó a las aguas del río Guaire - el más sucio de esta ciudad). Nadie sabía nada.

Fui específica a la hora de preguntar. Lo hacía a aquellos que estaba casi segura que no tenían acceso a una red social, ni siquiera whatsapp. Tristemente, lo que sospechaba era cierto.

Apenas a un kilómetro y medio de distancia estaban reprimiendo a manifestantes pacíficos y donde yo estaba la gente estaba tomando café, leyendo, caminando, hablando y no sabían nada. Esto no era Narnia, era Disney de 1970.

Para yo saber lo que estaba pasando tuve que pedirle a una amiga (Teri) que me enviara mensajes de texto. Era la única forma en que sabía lo que pasaba.

En las noches buscaba canales de televisión de otros países para ver si decían algo de Venezuela. Un canal de Colombia fue el único espacio que conseguí para informarme. Por cierto, también la señal de televisión estuvo ausente unos días...

Estamos aislados.

Los errores de los venezolanos


Creer que Venezuela está en Twitter o Twitter es Venezuela, y no es así. El teclado es rápido, pero no todos tienen acceso.

El día de la marcha del 19 de abril había gente, como yo, que apenas se había enterado de la marcha pero no sabía hacia dónde se dirigía, por lo que llegamos a lo que se suponía que era el punto de concentración, no vimos nada y nos devolvimos. En Twitter estaba la información, pero más allá de ahí nadie sabía nada.

Ciertamente, hay un número importante de venezolanos en las redes sociales, pero si la principal fuente de internet en el país no cercena el derecho y no podemos tener acceso, ¿cómo nos enteramos?

Los rumores en WhatsApp iban y venían. 95% eran cosas falsas. Cosas falsas que la gente se cree...

Con esto no quiero decir que hay que dejar de estar en las redes sociales, sino que hay que entender que no todos están allí y si la idea es informar a la mayoría hay que buscar otras formas de hacerlo.

También quiero aclarar que una cosa es desconestarse por voluntad propia y otra muy distinta cuando es obligado.

Creo que pasé por todas las etapas: molestia, frustración, impotencia, tristeza, depresión, negación, aceptación, resignación. Tanto así que cuando llegó el internet me negué a creer que era cierto.

¿Libres? ¿Independientes? ¡Nada que ver! Somos esclavos de internet. Y cuando pienso más allá de mi trabajo, me da miedo pensar en todo lo que día a día hacemos necesitando de este servicio y que vivimos en un país que cada vez nos cierra más el grifo.


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